PROMETO QUE LA VERDAD NO ME LA CALLO

sábado, 26 de noviembre de 2016

Dos historias con #Fidel. #HastaSiempreComandante

Fidel Castro. Foto: Ismael Francisco/ Cubadebate
Me encuentro en esta hora de dolor con una amiga buena y entrañable que llora conmigo a lágrima viva e intercambiamos historias de Fidel.
Me cuenta que conoció a una niña que nació el mismo día, el 13 de agosto pero de 1981 y que su sueño fue siempre conocerlo nada más que para decírselo en la complicidad de los amigos buenos. Al final la oportunidad se le dio en la “Declaración de los Mambises del Siglo XXI” en el “Memorial José Martí” de la Plaza de la Revolución.
Me cuenta que esa niña le contó a su vez que (travesía de por medio) llegó hasta él entre curiosos  y escoltas; y que casi no pudo hablar (porque enmudeció ante la presencia telúrica del héroe), Fidel, en su entrañable lenguaje de niño grande le preguntó: “¿Y tú? ¿Qué?” fue entonces que la niña le soltó casi a quemarropa lo que por años tenía guardado entre el pecho y la espalda, y le contó que le había escrito una carta por su 70 cumpleaños a través del “Concurso Guayasamín”, y que le había escrito que seguiría sus mismos ideales porque por sus venas corría la sangre de los Maceo, en su mente vivían los pensamientos del Ché y su presencia (la de Fidel) perenne, incólume como guía. Fidel le preguntó su nombre y pidió tomarse una foto con la niña, a la que llamó su “ahijada”. La abrazó y le dio un beso. Esa misma niña (me cuenta mi amiga de trincheras), guarda “la foto con Fidel” como un tesoro invaluable. Ese día ella se reafirmó como revolucionaria. Eso no me lo dice. Eso lo sé.
Yo entonces le cuento de un niño de quinto grado de la década del 90, que conocí ya mayor, que me contó como aquella vez lo citaron en la dirección de su escuela porque “hablaba bien” y “hacía falta hablar ante mucha gente en un teatro” y que tenía “que estar bien vestidito”. Le cuento que ese niño pequeño no sabía a qué se iba a enfrentar, y cuál no sería su sorpresa al descubrir que el teatro en el que iba a hablar era Karl Marx y que Fidel, iba a estar allí. Me cuenta que el valor para subir al escenario ante todas aquellas personas en el “Primer Encuentro de Solidaridad con Cuba”, lo tuvo que sacar de donde no había porque tenía que agradecer la ayuda solidaria brindada por los “Pastores por la Paz” y tantos otros allí reunidos.  Cuando llegó al podio no alcanzaba los micrófonos y una seña de Fidel lo hizo avanzar para “hablarle” a los presentes. Al final no pudo. Dice que un acceso de llanto lo ahogó y no pudo terminar ni tan siquiera la primera palabra. El público comenzó a corear: “Fidel…Fidel…” y de pronto el niño sintió una presencia gigantesca a su lado y unas palabras en su oído que le resultaron extrañamente familiares: “¿Estás nervioso?… Bueno… Organiza primero tus ideas y después sigue”. Alguien le dio agua y después de vaciar el vaso de un sorbo, atropelló un agradecimiento en entrecortadas palabras y pudo bajar del escenario. Ese niño (que ya no lo es tanto) guarda también su “foto con Fidel” y recuerda el peso de aquella mano que hoy añora.
Al final mi amiga y yo terminamos entre lágrimas, recuerdos, abrazos y convicciones. Sobretodo convicciones que una vez el gigante Fidel forjó con su mera presencia y sus pocas palabras en dos niños de la década de los 90 del pasado siglo.

El dolor no se apaga. #HastaSiempreComandante #Cuba

Fidel Castro. Foto: Ismael Francisco/ Cubadebate
Por Félix Edmundo Díaz / La Mala Palabra
El dolor no se apaga y ello solo sucede cuando muy profundamente se ha sembrado el amor, y no hablo del sentimiento de los de mi generación, de esos críos que, después de “mamá” y “papá”, aprendimos primero tu nombre que los propios.
Hablo por la generación que vino después, la de nuestros hijos, esos que hoy lloran desconsoladamente y de quienes nos escondemos para que no nos vean llorar, porque una causa mayor nos exime de estar encerrados entre las cuatro paredes de la casa, que se nos antoja caerá sobre nuestras cabezas.
En mi mente, hago y rehago líneas de palabras con las que explicarles, cuando los tenga delante, porqué no pude evitar lo inevitable, o nuestra responsabilidad, la de mi generación, por no haberte cuidado más, o por no haber seguido todos, ‘a rajatabla’, tus consejos y les pediré que sean más aplicados, más disciplinados y más revolucionarios; confiaré en que se estudien palabra a palabra tu concepto de Revolución, esa obra maestra que nos regalaste el 1ro de mayo del 2000 y de la que algunos solo repiten las ideas que les convienen.
Cuando repaso tu vida, comprendo la grandeza de soportar el dolor de las generaciones que te antecedieron, de la tuya y de las que vinieron después, de soportar el dolor ajeno sin importar el color de la piel, el sexo, la edad o el lenguaje, porque te doliste por todos los pobres, los enfermos y los analfabetos, y ese es mucho dolor; no pienso llegar a los 90 años, mis genes y el cigarro no son ingredientes adecuados para tanta vida, solo te prometo que lucharé por preservar tu legado hasta el último aliento.
El dolor no se apaga ni repartido entre los cientos o miles de millones de seres para los que fuiste un padre, un guía o una inspiración, pero que nadie se equivoque, porque la impotencia por no evitar lo inevitable puede, en una fracción de segundo, trastocarse en la fiereza con que responderemos a los enemigos de la Revolución; si alguno, en la seguridad que le pueden ofrecer, mar de por medio, algunas millas de distancia, osa lanzar un agravio, puede tener por seguro que, algún día, recibirá su respuesta, pero a los ‘mercenarios de casa’ les sugiero, ante la ausencia de cordura, tranquilidad como remedio para evadir la ira de un pueblo hondamente lastimado, pero entrañablemente fiel a su líder.
Hoy invitaré a mi familia a pararme en una esquina con el único fin de disfrutar por ti de aquello que, por tus responsabilidades, no te fue dable hacer y que, en la confianza, le confesarás al Gabo; tú estarás con nosotros, solo no te puedo prometer no llorar…
Un beso papá.
26 de noviembre de 2016.
*Editor de La Mala Palabra.